viernes, 18 de mayo de 2012

Ibiza

La última vez que me tiré tanto tiempo con una entrada pendiente, fue cuando en marzo de 2007 fui a Frankfurt y tardé bastante tiempo en escribir la entrada correspondiente... tanto tiempo que al final no la escribí. Pero aunque no escribí de ese viaje, conocí a gente muy interesante; así que he estado tentado de no escribir la entrada de Ibiza, por si acaso la gente que he conocido en Ibiza resulta ser a la larga tan interesante como la que conocí en Frankfurt. Pero como no soy supersticioso y no quiero que se me olvide pues sí que la voy a escribir (además, ya sé que son muy interesantes).

Todo empezó el viernes a las 13:00, cuando acabé la clase cinco minutos antes y mis alumnas lo fliparon en colores porque no seguí dando clase después de que sonara la sirena. Bajé al despacho, abrí el armario, dejé la mochila del cole y cogí la de Ibiza (que había dejado allí el jueves por la tarde) y me fui corriendo a la estación a coger un tren que me llevaría a Heilbronn, allí cogí uno a Heidelberg, donde cogí un bus al aeropuerto de Hahn, y unas horas después estaba llegando a Ibiza, donde me esperaban Paula, Aitor y Tanchi.  Tengo que decir que una de las cosas que más me emocionan es que alguien venga a recogerme al aeropuerto, pero si además es alguien como mis otros dos jinetes del apocalipsis, ya es algo que me llena del todo.

Después de recogerme, fuimos a la ciudad de Ibiza para cenar unas pizzanesas y a tomarnos algo en Vara del Rey. Me sentía supermal por estar tan cansado a las doce de la noche, me sentía tan alemán que me daba vergüenza de mí mismo... eso me pasa por no llevar reloj, resulta que no eran las doce, sino las dos de la madrugada, así que después de una Guiness (o quizá fue un Gin Tonic, no me acuerdo, hace tanto tiempo) pusimos rumbo a casa de Paula.


Al día siguiente Paula, Aitor y yo nos fuimos en coche a explorar diversas partes de la isla: entre otros Santa Gertrudis, San Miguel y el Puerto de San Miguel. Donde Aitor y yo no pudimos dejar pasar la oportunidad de darnos un bañito en la mejor isla del Mediterráneo.


Después de comer en santa Eulalia nos fuimos al mercadillo de las Dalias, es decir el mercadillo hippy por excelencia, donde  los hippies empezaron a vender cositas en los años sesenta-setenta. Pero estando allí empezó como a nublarse y medio a chispear, así que como no compramos nada decidimos subir a un bar de san Carlos, donde nos estaba esperando Tanchi. Fue llegar al bar y ese ligero chispeo se convirtió en un tormentón en toda regla con granizo y todo. Menos mal que ya estábamos resguardaditos en el bar jugando al parchís y tomando unas hierbas y unos postres típicos de la isla. Pero el tiempo apremiaba y el vuelo de Aitor se iba acercando sin prisa pero sin pausa, y lo que tampoco pausó fue la tormenta, así que nos tocó correr hacia el coche, volver a casa de Paula, recoger el equipaje de Aitor y dirigirnos al aeropuerto. Allí nos despedimos de Aitor... hasta la próxima, que no sabemos si será en Barcelona, en Argentina, en Brasil o donde toque.

Después de dejar a Aitor, volvimos a Santa Gertrudis, donde habíamos quedado para cenar con algunos amigos de Paula. Allí nos tomamos unos bocadillos abiertos por la mitad con sabores diferentes y después nos fuimos al pub a tomarnos unos GT y a preparar la torrada del día siguiente. Aunque decir que nos fuimos de torrada es como decir que nos fuimos de perol, se llama así aunque no hubiera barbacoa.


El domingo nos fuimos a desayunar a la playa de Talamanca con los amigos de la noche anterior, a decidir lo que íbamos a comer y a estar un rato bajo el sol del Mediterráneo y a pasear por la playa ¡¡AY, QUE VIDA MÁS DURA!! (lo siento, tenía que decirlo). Después de eso, nos fuimos a la casa de una de las amigas de Paula a la torrada y estuvimos allí comiendo y charlando en plan tranquilo.

Después de pasar por casa de Paula, ella y Tanchi me llevaron por diferentes calas en la parte oeste de la isla (desde Es Cubells hasta San Antonio) para ver la puesta de sol. Al final, por desgracia, el sol se puso en una nube, así que tendré que volver otra vez para no perdérmelo. Cuando ya se puso el sol, nos fuimos a cenar a un sitio totalmente ibicenco, de esos que no entran los turistas y que te ponen de comer hasta decir basta.

Y ya llegó el lunes, el último día en la isla. Por la mañana Tanchi trabajaba, así que Paula y yo nos fuimos a ver la ciudad de Ibiza, sobre todo Dalt Vila, que ya era lo único que me quedaba por ver de Ibiza. No me extraña que sea Patrimonio de la Humanidad, porque es precioso, las calles empedradas, las casa blancas, las vistas de las calas desde la fortificación... Eso sí, mejor ir con calma, porque es empezar a subir y no parar ni un segundo. Allí en Dalt Vila nos tomamos una cervecita mientras hacíamos tiempo para que llegara la hora de comer, la verdad es que no se me ocurre otro sitio mejor para hacer tiempo.


Después de Dalt Vila, quedamos con Tanchi para tomarnos una paella en la playa al más puro estilo "estamos de vacaciones y no pensamos dejar de disfrutar ni un sólo instante"... pero no estábamos de vacaciones, sino de puente, y Tanchi ni siquiera eso, así que tuvo que volver al trabajo. Mientras tanto, Paula y yo nos fuimos a las salinas y a la playa a la que van los famosos, pero allí no había famosos, lo que sí que había era un ventarrón de muy padre y señor mío, así que mi gozo en un pozo, tendría que esperar otros diez días para bañarme en el mar (en el Cantábrico en concreto, pero eso pertenece a otra entrada). Volvimos a la casa, hice el equipaje, esperamos a que viniera Tanchi, fuimos a tomarnos la última y pusimos rumbo al aeropuerto.

Tres días increíbles en los que se nos quedaron cosas por hacer; pero lo hicimos a propósito, así ya tengo una excusa para volver (aunque sé que no la necesito).

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