sábado, 5 de noviembre de 2011

California dreamin'

No sé en que día estoy, no sé si son las seis de la tarde o las nueve de la mañana. Me acabo (es un decir) de meter casi veinte horas de viaje entre San Francisco y Öhringen, la última vez que dormí más de dos horas seguidas fue un punto inconcreto el viernes por la mañana en la costa oeste de EEUU, pero creedme cuando os digo que ha merecido la pena y que tengo que repetir.

El sueño californiano empezó el viernes por la tarde-noche.

Nada más salir del trabajo me puse a hacer la maleta y tres horas más tarde estaba en un tren camino de Frankfurt. Allí ví a Soraya, cené en el restaurante donde trabaja (a partir de enero, SU restaurante), estuvimos charlando y poniéndonos al día (que después de más de dos años ya iba siendo hora), dormí en su casa y a la mañana siguiente me esperaban un vuelo de casi diez horas a Charlotte (sentado junto a tres niñas de entre 5 y 2 años, que fueron mejores compañeras de viaje que cualquier adulto con quien haya hecho un vuelo similar; en serio, estuve a punto de abrazar a los padres y felicitarles cuando acabó el vuelo), pasar la aduana, refacturar la maleta, una carrerita por el aeropuerto de esas que tanto me gustan y otro vuelo de casi cinco horas para llegar a San Francisco (¿por qué a los estadounidenses les gusta tanto hablar con desconocidos en situaciones de las que no puedes escapar?).

Lo que pasó después lo leéis en el blog de José Alberto, que escribe con más arte que yo click, además, así descubrís blogs nuevos.

Después de, sorprendemente, no perderme por las calles de Davis (en serio, haced click y leed la entrada de Jose, que no voy a repetir la primera parte del viaje; os recuerdo que llevo desde el viernes por la mañana sin dormir del tirón, además él ha puesto fotos; y ya conocéis mi tendencia al entradainfumabilismo como para añadir tres días a esta entrada), llegué a la estación, compré el billete de tren + bus a SF (que menos mal que José Alberto me explicó antes como funcionaba, porque si no, llego a Los Ángeles y no me doy ni cuenta), planeé que iba a hacer esos dos días durante el camino y un par de horitas después estaba bajándome de un autobús en Market con Powell más perdío que el barco del arroz, pero con unas ganas de descubrir San Francisco que compensaban cualquier cosa (eso sí, sin flores en el pelo). Después de una visita rápida a la Oficina de Turismo (que está justo donde me dejó el bus) puse camino al albergue, con la intención de dejar las cosas e irme a explorar SF por mi cuenta.

Pero un belga se cruzó en mi camino.

Me encanta viajar con amigos, familia, etc; no me gusta mucho viajar solo (aunque ya me voy acostumbrando y eso de ir a mi ritmo sí que me gusta); me gusta conocer gente en los albergues; pero lo que no me gusta nada es que alguien que no conozco de nada o que conozco de hace apenas media hora me marque el ritmo, y eso lo descubrí el miércoles. Repito: que me lo marquéis la gente con la que suelo viajar (amigos, familia, etc.) no me importa, de hecho me gusta.

Cuando llegué al albergue había un tipo en la habitación que se llamaba François y que hablaba (como ya habréis deducido) francés (punto negativo), pero que no era francés (punto positivo), sino belga (sin punto que valga) y que hablaba español y estuvimos todo el rato hablando en español (punto positivo) y que tenía hambre y quería ir a comer (tres puntos, colega); así que teniendo en cuenta que no me gusta demasiado viajar solo y que me gusta aún menos comer solo, su balance positivo de cuatro puntos positivos le convirtió en mi compañero de viaje ese día.

Fuimos a Chinatown, que estaba cerca del albergue y es una zona bastante barata, así que ya empezó el turisteo. Nos metimos a comer en un restaurante chino (obvio) en el que éramos los únicos occidentales, de lo que dedujimos que tenía que ser bueno (como cuando vas por la autovía y ves un bar de carretera lleno de camiones y piensas "éste tiene que ser bueno, porque nadie sabe más de bares de carretera que los camioneros", pues eso, que nos metimos allí a comer, porque nadie sabe más de restaurantes chinos que los propios chinos). Pues mientras estábamos comiendo, François me contó que estaba en California vistando a un amigo, y que para no seguir molestando a sus padres en vez de quedarse en su casa pues se fue a un albergue (y también que el amigo vive en Santa Rosa, y San Francisco es mucho más interesante, ¿dónde va a parar?), pero claro el amigo, para que no se aburriera en SF, pues le dió un bolsita con María la que da alegría y cuando acabamos de comer va y me salta el François "¿Nos vamos a fumar y después vemos cosas o vemos cosas y después nos vamos a fumar?" Así que muy diplomáticamente le dije "mejor vemos cosas antes que uno nunca sabe como puede acabar la cosa". Después de comprender que tenía razón (y si no lo hubiera comprendido, pues ya le podían ir dando viento fresco, que yo no fui a SF a encerrarme en el abergue), fuimos a acabar de ver Chinatown, seguir recto, ver Little Italy, comprarnos un helado (que como estaba derretido, nos devovlieron el dinero y nos dieron otro helado de regalo), intentar ver las focas en el Pier 39 (pero que no había focas ni nada, así que sólo vimos el Pier 39, que es como un parque de atracciones para turistas) y subir a la Coit Tower.

¿Sabéis esa calle de SF que sale en todas las películas con una cuesta interminable que ríete tú del Tourmalet? Pues no es una calle, son TODAS. La Coit Tower está a media milla de la costa, imaginad la inclinación de las calles para pasar del nivel del mar a una de las colinas más altas de SF en media milla, pues eso. Después de subir las cuestas y estar ya que no podía con mi alma me encontré con que para subir a lo alto de la torre había que pagar (entrar a ver los murales de la planta baja es gratis), y estuve a punto de no subir, pero luego me dije "no sabes cuando vas a vovler a SF, si es que vuelves; además los dólares que te lleves de vuelta van a ser papel mojado" así que pagué religiosamente mis 7 dólares (¡¡¡¡¡7 $!!!!!!) mientras François se quedaba abajo y ví las mejores vistas de San Francisco en un día con sol; los que me concéis, sabéis lo que me cuesta soltar un euro (que parezco suabo) pero creedme que mereció la pena. Después de la Coit Tower ya nos volvimos al albergue, eso sí pasando antes por la Grace Cathedral, una catedral impresionante, totalmente blanca por fuera y de madera (obviamente) por dentro.

Ya cerca del albergue, nos compramos seis cervezas para pasar la tarde-noche en la terraza del albergue. Lo que me gusta de los albergues es el ambientillo que se monta en la terraza/comedor/sala del billar/lugar donde se puede encontrar la gente que está en ese momento en el albergue, que no se conocen absolutamente de nada y de repente empiezan a hablar de esto y lo otro; hay quienes prefieren alojarse en hoteles de cinco (o tres, o dos o una) estrellas que ofrecen una cama más cómoda, un desayuno más completo y tener que aguantar los ronquidos sólo de gente que conoces; yo no, yo prefiero viajar con mochila que con maleta y sentarme alrededor de una mesa vieja y de un té recalentado a hablar con otros viajeros y a compartir experiencias, porque una parte de viajar también es aprender y compartir. Veis, por divagaciones como ésta, son mis entradas infumables.

A lo que iba antes de mi defensa del mochileo. Que después de toda la tarde caminando (os recuerdo: solamente Chinatown, Little Italy, Pier 39 y Coit Tower) volvimos al albergue, a tomarnos una cerveza en la terraza del albergue, y a que el François se liara su porro y me dejara tranquilo con tanto "vamos al albergue que me quiero fumar un porro". Después de ver cómo se fumaba unos cinco en menos de tres horas ya comprendí porque parecía que el muchacho tenía una pedrá en la cabeza. Después de cenar y de hablar con más gente de todas partes que se estaban quedando en el albergue, ya me fui a la cama, que al día siguiente me quedaba una ciudad entera por descubrir.

El jueves me levanté a las ocho, desayuné, me duché y me puse en camino (yo solo). Como el día de antes estuve en camiseta porque hacía un calor de órdago, esta vez sólo llevaba una camiseta, y el jersey en la mochila. Craso error.

Primero el Financial District, con la famosa pirámide. No soy excesivamente grande, pero en una ciudad sólo me he sentido así de pequeñito entre los rascacielos de Nueva York. Desde allí vi un edificio de Chinatown que me gustó, así que para allá que fui, y pensé "eso de trabajas como un chino es mentira porque ya son más de las nueve y están todas las tiendas cerradas". Bueno, que divago otra vez, el caso es que andando andando (milla y media, que se dice pronto pero son más de dos kilómetros y cuarto) llegué a la plaza de las Naciones Unidas, y allí entre la plaza y el ayuntamiento había un grupo de ancianitos haciando Tai Chi a las diez de a mañana con un frío que si yo no fuera turista no estaba en la calle. Por eso mismo (por el frío, no por la muchachada del Tai Chi) me metí a ver la biblioteca, a ver si así entraba en calor, y acabé comprándme dos libros de segunda mano (uno de mis objetivos era visitar una libreria de 2ª mano, me doy por ssatisfecho).

Los mapas son muy traicioneros, y más en una ciudad como San Francisco que es totalemnte cuadriculada. Mis siguientes paradas eran la Misión y Castro, que están juntos. Desde la Plaza de la ONU a la Misión Dolores es muy fácil, tiras todo recto, y en la calle Dolores giras a la izquierda y cuatro bloques después ya has llegado, lo dicho otros dos kilómetros y medio cuesta arriba. Como os podéis imaginar, dentro de la misión estuve bastante rato, entre otras cosas porque dentro había bancos y se estaba calentito. Caundo salí de la misión ya había nubes grises en el cielo, pero los turistas no le hacemos caso a esa serie de señales, así que seguí mi camino dirección a Castro. Conforme vas llegando se van viendo más y más banderas arco iris, hasta que llegas a la plaza Harvey Milk, donde hay una bandera del tamaño de la bandera española de Plaza Castilla. Justo en ese momento empezó a llover a cántaros, así que decidí que los seis kilómetros que me separaban del albergue no los iba a hacer de nuevo a pie, me metí en un tranvía, me volví al albergue, me puse el abrigo y me fui a comer.

Después de comer, miré en la guía qué me faltaba por ver y se la mandé a José Alberto por correo (porque era suya y él es probable que vuelva a SF antes de navidad, de hecho, creo que ahora mismo está allí). Visité Union Square, Japantown (que no es lo mismo que China Town, está más lejos, en otra colina, y con otras colinas de por medio) con su pagoda y su centro comercial con todas las tiendas japonesas. De allí me fui andando a Lombard Street. Y desde allí volví otra vez a la Coit Tower, a echar fotos, no desde la parte de arriba de la torre (evidentemente no pagué otros siete dólares) sino desde el jardincito que hay detrás de la torre. De la Coit Tower se puede salir de dos formas, por una cuesta que lleva al mismo sitio por el que subes a la colina, o por las escaleras de Greenwich Street (Filbert Steps). Las escaleras no están indicadas, y si no sabes a donde llevan y aún así te arriesgas a bajarlas, tienes la sensación de que va a llegar un momento en el que te vas a tener que dar al vuelta porque no hay salida. De hecho, cuando estaba dudando si tirarme por las escaleras o bajar por donde bajé el día de antes, se me quedó mirando un señor y tuvimos la siguiente conversación:

Random Asian Turist: Are you a local? (segunda vez que me lo preguntaban en menos de quince minutos)
afra: Nope
R.A.T.: Then, where are you going?
afra: I don't know. Just to see what there's down there.
R.A.T.: Oh... ha ha ha ha ha (1)

Y eso fue el impulso que necesitaba para tirarle escaleras abajo. Creedme cuando os digo que me alegro enormemente de haber bajado por ahí (aunque mis rodillas no están del todo de acuerdo), es una de las mejores vistas de San Francsico, tienes la sensación de andar por la selva en todo momento. Os pondría fotos, pero ni las que hice yo, ni las que he encontrado en Google hacen justicia. Las escaleras dan a la plaza Levi's (donde se empezaron a hacer los vaqueros de esa marca). Y desde allí por el embarcadero hasta Farmer's Market, que me recordó un montón al Quincy Market de Boston. Después de cenar allí, volví dando un paseo por Market Street hasta el albergue para despedirme de la ciudad.

Esa noche no hubo cervezas, ni charlas con otros alberguistas, sólo cama porque estaba que no podía con mi alma.

Y ya después, poco más que contar, que parece que todo eso fue ayer, que parece que me levanté esta mañana para coger el avión de vuelta y que espero que el jet lag no me mate el lunes.

(1)
Guiri asiático cualquiera: Tú ¿eres de aquí?
afra: ¡qué va!
G.A.C.: Y ¿adónde vas por ahí?
afra: Ni idea, a ver qué hay ahí abajo
G.A.C.: Aaahhh, jajajaja.

5 comentarios:

Mari dijo...

Me alegro que volvieras contento!! Con forme estabas describiendo las cosas las visualizaba... que recuerdos!!! Pues yo si quiero fotos, asiq ya puedes ir seleccionando. Un besito

afra dijo...

Fotos, hay un montón, pero todavía tengo que pararme a verlas y seleccionarlas. Eso sí, antes tengo que dejar listos los exámenes de mañana.
Besitos.

Anónimo dijo...

Me he cansado solamente de pensar en tanto meneo cuesta arriba y cuesta abajo... ¡ahora te vas a tener que coger otras vacaciones para descansar de este palizón!

Turzi dijo...

Me alegro mucho de que lo hayas pasado tan bien. Qué recuerdos de SF y qué envidia (de la viajera)!
Nos vemos pronto.

José Alberto dijo...

Ha sido un placer llevarte de un lado para otro todos estos dias, man. Yo creo que se puede tener un viaje más tranquilo, pero no mejor aprovechado. Un varazo!